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-Tú, abuelo, que todo lo sabes-decía un chiquillo rubio en una noche de invierno, -cuéntame una historia; dime por qué a La Gándara le llaman así.

Y el abuelo comenzó tras un breve meditar;

Una vez, hace de esto muchos años, siendo aun muy de mañana paseaba un caballero por entre cardos y helechos, por senderos de una sierra, admirando las arrogantes montañas que circundaban el valle, el intenso azul del cielo, la sutileza del aire… Y encontrándose ya cerca de una cabañita blanca, admiró el sonreír de unos encendidos labios y el brillar de unas trenzas tan rubias cual las mañanas de mayo.

-Dios te bendiga chiquilla,-saludó con gentileza el caballero deteniéndose al pasar frente a la blanca cabaña-¿Sabes que tus trenzas de oro quitan esplendor al sol y que tu cara de envidia hasta a la Madre de Dios?.

Y dicen que la chiquilla, que era un poquito atrevida, rió con risa de flores y replicó suavemente:

-¡Qué exagerado! ¿Es poeta el caballero?.

-Para cantar tu hermosura seré poeta aunque no lo quiera el cielo. Tus ojos son dos misterios que hoy y para siempre la paz quitan a mi alma, y tu boca purpurina por done escapa esa risa hecha de cristal y flores, se me antoja el mismo incendio que prendió en mi corazón al sólo presentimiento de topar con el amor. Pero dime: ¿Qué haces así tan temprano, de codos en la ventana? ¿Saludas a la mañana?.

Las trenzas rubias se movieron queriendo decir que no.

-Espero el amado errante que en sueños he presentido. Cruzo mis brazos, señor, sobre el balcón de la vida, en espera de otros brazos que tendiéndose hacia mí han de murmurar, ¿te tiras?.

El poeta se llegó hasta la misma ventana. Y habló a la niña al oído:

-Sabes que contigo en brazos daría yo vuelta al mundo con un cantar en el alma y una sonrisa en los labios?. Poeta dicen que soy. ¿Quieres ser mi musa, dí?. Hasta ahora sólo amé a mis versos; desde ahora sólo te amaré a tí. Para tus trenzas doradas tendré yo siempre una flor; para tus ojos tan negros un verso en el corazón; y para tus labios niña, para tus labios de fuego, será toda mi pasión, todos mis besos, todo mi amor.

Y exaltado el caballero, besó los labios de fuego.

Y riéndose los dos preguntó él en un suspiro teniéndola ya en sus brazos:

-Alma que eres de mi vida, dime ya como te llamas.

Y la niña replicó con un gracioso mohín:

-Como tú quieras poeta.

-Entonces… ¡Llámate Gándara!.

-Nombre que suena  a grandeza…

-Nombre digno de la niña bella como el firmamento que robó a la primavera, para adornar sus cabellos, el rubio de sus trigales y el aroma de sus brezos. Nombre conque esta mañana al admirar la grandeza del paisaje, bauticé a estas sierras en un lirismo de poeta, y que después, admirando tu candorosa belleza, mezcla de agreste pastora y refinada princesa, soñé digno de la musa que ha de inspirar mis poemas.

-Y qué dijo ella, abuelito?-imterrumpió el niño rubio.

Y el abuelo prosiguió con un profundo suspiro:

-Ella, así dice la leyenda, obsequió al poeta con su risa hecha de cristal y flores, con un beso perfumado de sus labios purpurinos, y saltó por la ventana toda vestida de blanco para admirar con su dueño la hermosura de la tierra cuyo nombre igual al suyo, inspiró desde aquel día los más sentidos poemas. ¡Gándara, emblema de amor!-dicen murmuró el poeta cuando tras una montaña desapareció por siempre llevándose entre los brazos a la niña encantadora cuyo cabello dorado quitaba esplendor al sol-Gándara te llamarán por los tiempos de los tiempos, comarca entre cuyas breñas se escondía la más bella de las flores que vislumbrar yo pudiera en mis sueños de poeta! ¡Gándara!… Tierra perdida entre las más grandes montañas de mi tierra montañesa, muéstrate siempre como hoy digna del nombre que llevas en honor a la belleza de la niña blanca y rubia que hará brotar en mi alma rimas de innata pureza.

Calló el abuelo. Pero prosiguió el chiquillo estando ya medio dormido:

-Y a tí, abuelo, ¿quién te contó esa leyenda tan bella que bautizó a nuestra tierra?.

Y el abuelo respondió acariciando el cabello del chiquillo con sus dedos ya arrugados:

-Tal vez fué mi abuelo, niño, quien me contó la leyenda. O tal vez cuando nací la cantó un ángel a mi oido presintiendo que otro día, pasados ya muchos años, tendría que repetirsela a un curioso pequeñuelo de hermoso pelo dorado como el de la linda niña a quien cautivó un poeta de hace muchos, muchos años…

Y el chiquillo se durmió con una risa en los labios, soñando también acaso, con llegar a ser poeta.

Teresa Mateu Zorrilla.

La Montaña: revista semanal de la colonia montañesa; Año XVI Número 19 – Habana 30 de Octubre de 1931.