Valle de Soba. San Juan de La Cistierna

Cuando el agradecimiento preside los actos del hombre, no puede éste menos que reconocer que las buenas obras merecen la publicidad, si no como recompensa, porque ésta es de mas valía recibida de Dios, como propagación para ejemplo de los que, pudiendo y debiendo, no lo hacen, bien porque no quieren o porque no tienen quien los incite.

Lo acaecido en el pueblo de San Juan de la Cistierna demuestra la veracidad de mi aserto.

Cuando se esperaba que de un momento a otro viniera a tierra la iglesia de este pueblo, completamente arruinada por la acción del tiempo, al extremo de haber sido denunciada por el peligro que ofrecía, el cura del mismo, D. Pedro Rasilla, concibe un magno proyecto, que sólo su tenacidad y constancia, a pesar de los muchos sinsabores y contrariedades por que tuvo que pasar, hizo que saliera de los límites de proyecto y pasara a ser una consoladora realidad.

En diciembre próximo pasado se lanza a la palestra, y apenas sin conocer, ya que lleva poco más de un año en el pueblo, se dirige, por carta, a cuantos hijos del pueblo pueden contribuir a la restauración del hoy hermoso templo de San Juan de la Cistierna.

La primera contestación que recibe, por cierto halagadora, es de D. Felipe Ortiz, quien se suscribe con mil pesetas para esta magnífica obra.

¡No se había engañado sobre el concepto que tenía formado de la magnitud del buen corazón de los hijos de este pueblo!

Ya había reunido, entre losindianos del pueblo D. Miguel Sobera, D. Manuel Peña, D. Francisco Ortiz, D. Alfredo Armendáriz, D. Isidro Arroyo, doña Julia Landa y doña María Fernández, la cantidad de cuatrocientas pesetas.

¡¡Mil cuatrocientas pesetas!!

La obra estaba presupuestada, a lo pobre, en cuatro mil novecientas noventay nueve pesetas, gracias a la honradez y nobleza del contratista de Lanestosa D. Manuel Garay, quie, considerando que la obra era para un pobre – la iglesia -, se concretó a ganar un módico jornal.

¡Todavía no se había acabado la casta de los buenos y concienzudos!

¿Cuantas veces oí lamentarse al señor cura, diciendo que si no caía un buen golpe de agua, se perdería irremisiblemente la cosecha!

Cuando se encontraba bajo esta desagradable inpresión, aunque sin perder las esperanzas – nunca se le vió desanimado -, como preludio del agua que había de caer – aquella tarde de enero tronaba -, recibe una carta de la Habana del gran filántropo, hijo de este pueblo, D. Pedro Pereda, concebida en estos halagadores términos:

«Reciba señor cura, mi más cordial felicitación por la magna idea de la reedificación de la iglesia de mi querido pueblo.

Correspondo a su grata del próximo pasado diciembre, ofreciéndole contribuir con lo que falte, una vez agotados los recursos recaudados entre los hijos del pueblo, hasta cubrir el presupuesto.

Si éste se cubriera entre los demás, yo contribuiré con una cantidad nunca inferior a la del que más dé.- Pedro Pereda».

Esto dió tales ánimos a nuestro amado cura que, no dudando ya del éxito de la obra, con energía propia de su carácter, la emprendió y terminó satisfactoriamente, sin haber recibido más que promesas y 440 pesetas en efectivo.

Apenas terminada, recibe un cheque de cuatro mil quinientas cincuenta y nueve pesetas, figurando en primer lugar D. Pedro Pereda, con 2.803 pesetas; D. Felipe Ortiz, con 1.000 pesetas; D. Eugenio y D. José Peña, con 25 pesetas cada uno; D. José Muñoz Arnáiz con 150; D. Ramón Sobera con 150, y otros varios, cuyos nombres sentimos no conocer, completando la cantidad de 4.559 pesetas.

No se redujo la obra a lo que llevo relatado, sino que se amplió en 550 pesetas más para el baptisterio, más el arreglo de la capilla, que importó 350 pesetas, donadas por doña Julia Landa, más 1.800 tejas, que importaron 425 pesetas. En total, 6.274 pesetas.

Contribuyeron a esta obra en el Palacio Episcopal con 500 pesetas. Falta para completar el pago, 425 pesetas.

No dudo por un momento que no faltarán almas caritativas que enjuguen este pequeño déficit.

¿Cómo corresponder a tanta largueza y manifestar a los donantes el agradecimiento a que se han hecho acreedores?.

Nuestro amado párroco me encarga dé a todos las más expresivas gracias por su buen comportamiento, lo que hago gustoso, cumpliendo con ello un deber de justicia y haciendo público, para satisfacción de los interesados, que el señor cura organizó el día de San Juan una magnífica fiesta religiosa, como homenage de gratitud a todos losque contribuyeron con su óbolo a la obra de la iglesia.

En ese día, a las diez, dió principio la misa, que ofició nuestro cura, asistido de D. Francisco Angulo y D. Jerónimo Castillo, curas, respectivamente, de Rozas y La Revilla.

A media misa, dirigió la palabra al pueblo el señor cura de La Revilla, D. Jerónimo Castillo, quien, con frase elegante y pensamientos elevados, puso de manifiesto la magnitud de la obra y el desprendimiento generoso de los donantes, dirigiendo, al final, una emocionante exhortación al Preso del Sagrario por la prosperidad material y espiritual de los donantes. Cantó la misa con verdadero gusto y afinación un nutrido coro de aficionados del pueblo, bajo la acertada dirección del mismo, D. José Muñoz.

La iglesia fué lujosamente adornada por las jóvenes de la localidad.

Reciban todos mi más cordial felicitación, en especial nuestro querido cura, D. Pedro Rasilla, quien no ha perdonado medios para llegar al fin apetecido.

EL CORRESPONSAL

La Cistierna, 25 de junio de 1928.

El Cantábrico: Diario de la mañana: Año XXXIV Número 12.229 – 11 de julio de 1928.