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Hace muchos años, vivía en un pueblecito cercano a la Gándara, una anciana hidalga que, siempre sola, dejaba correr la cadena sin fin de las horas, hojeando la arcaica biblioteca de su vetusta casona, o contemplando a siete hermosos gatos, su única compañía.

De un exaltado misticismo, jamás perdía la misa del amanecer. No tenía amistades, y este vivir, un tanto hermético, dió origen a que los vecinos, siempre inclinados a lo maravillosa, fuesen lentamente tejiendo la trama de una leyenda de misterio. ¿Sería bruja? Durante el día, la casa yacía cerrada, oscura y silenciosa; en cambio de noche, aparecía toda abierta e iluminada. En ocasiones, un piano romántico inundaba de bellas armonías el agreste paisaje. Nunca el humo del «llar» trazó siluetas caprichosas en el viento…

Una serie de circunstancias coincidentes con hálitos de tragedia acrecentaron estos rumores de maleficio, creando en el pueblo un ambiente de miedo e inquietud, que llegó a las solitarias estancias de la enigmática señora. Y no volvió a la misa, cuya campana cantaba a la naciente aurora… Así, arrancó la máscara de la mentira de su viva.

En una noche de San Juan, aromada de pagana poesía, en que los mozos salen de ronda a colocar en los balcones simbólicos ramos de flores, que hacen latir con más celeridad el corazón de las hermosas agasajadas, para luego, cantar y bailar, todos juntos, circundando grandes hogueras en espera de la llegada del sol, por una ventana de la casa misteriosa se vió salir una sombra gigantesca, de aspecto indefinido, que de un salto se lanzó al bosque próximo, donde se oyeron al instante fúnebres aullidos.

¿Qué había acontecido? Pero al día siguiente consiguieron observar a la dama tan apacible, que se alejaron todos los temores.

Y llegó el invierno… Y ¡qué invierno aquél!

Como nunca, los lobos bajaron audaces hasta el mismo pueblo… y comenzó a insinuarse la idea de que estaban dirigidos por una loba enorme y negra que parecía invulnerable a los disparos. Pero el espanto llegó al máximo cuando alguien identificó este animal con la sombra que se viera salir de la casona.

Y una noche, el gran cazador don Juan, mayorazgo de lo más noble del Valle, de acuerdo con su compañero y amigo, el cura del lugar, pensaron acabar con este estado de anormalidad espiritual y material. Dijo el cura:

-Amigo don Juan… No sé. Esto me huele a cosa demoníaca. ¡Dios me perdone! Pero esta iba rabiosa-pues mata y no come- no es un animal natural: es un fantasma. Yo he leído que en la Edad Media, algunos hechiceros se convertían aparencialmente en fieras para hacer mal… Su cuerpo humano quedaba en casa como «dormido» hasta el regreso de la «forma» creada. A este fenómeno se le denominaba «licantropía». Claro. que el poner nombre a una cosa no indica que exista o, por lo menos, que sea ésa la interpretación del hecho… Pero, por si acaso, voy a bendecir las balas de su rifle… Y veremos qué pasa.

Era una noche terrible, en que el trueno hacía vibrar los altos montes y la luz de los relámpagos ponía sombra y reflejos de misterio al paisaje dormido, cuando salieron don Juan y sus amigos en persecución de la loba embrujada.

Y en galope desengrenado llegaron hasta el lago encantado de Bernavinto, una verdadera maravilla natural.

¡Hala! ¡Hala! ¡Takatá!… ¡Takatá!… ¡Takatá!…

La gran carrera fantástica entre abismos y encrucijadas continúa loca tras la loba que huye…, huye…, lanzando de vez en cuando un desafiante alarido…

Se precipitaron en la cañada del Asón, grandioso poema wagneriano, donde la cascada, a la luz de la luna, daba agudas notas mágicas…

Ladraban los perros y relinchaban los caballos excitados y nerviosos por la persecución, mientras siete cornejas agoreras les seguían lanzando gritos estridentes, como maldiciones.

Torna hacia el valle la cabalgata cual si fuese en brazos del huracán.

¡Hala! ¡Hala! ¡Takatá!… ¡Takatá!… ¡Takatá!…

Pasan la sierra de los Collados, y allá, en un pico de la Peña de Becerril, sobre el nacimiento del río Gándara, está la loba gigante como una estatua de bronce en enorme pedestal.

-¡Alto!-dijo don Juan.

Y un tiro certero de éste, como guiado pr invisible mano, dió a la fiera en pleno corazón… Un grito terrible de agonía vibró en los ecos de los montes, y glaucas llamaadas surgieron de sus ojos… Y cayó… Pero no fué hallado su cuerpo por parte alguna. Los perros, desorientados, olfateaban al aire, como adorando a la luna, que asomaba curiosa su faz de plata por un «portillo» de las nubes…

-¡Cierta era mi sospecha!-afirmó el cura-. ¡Vamos aprisa a casa de la bruja!

Y, en efecto, las luces se habían apagado, ls gatos desaparecieron y el cadáver de la hidalga yacía en su lecho con una herida espantosa en medio del pecho, aún sangrante.

Y así finó la última bruja del Valle y renació la calma de los espíritus. No se la dió tierra en sagrado. La casa fué exorcisada y purificados por las llamas sus grimorios y palimpsestos. Muchos años quedó deshabitada, y ahora, ya reformada, nadie se acuerda de la fantástica aventura de que fué hogar, allá por los tiempos de no se sabe cuándo…

 

LEYENDAS DEL VALLE DE SOBA EN LA MONTAÑA DE SANTANDER

RECOGIDAS DE LA TRADICIÓN ORAL Y PUESTAS EN ROMANCE DE CASTILLA

POR EL LICENCIADO DON MIGUEL ÁNGEL SÁIZ ANTOMIL

Del Centro de Estudios Montañeses y de la Academia General de Ciencia,

Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba – Madrid 1951