Sonriámonos.

De un monte tras la rústica joroba,

en el valle de Soba

existe un pueblecito chiquitín

llamado San Martín,

en el cual una joven parejita, buen mozo él y bonita

ella, castos y puros y sin líos,

tenían amoríos,

que Cupido también, con santos fines,

se descuelga en los pueblos chiquitines.

Los jóvenes amantes

quisieron enlazar en matrimonio

sus amores constantes

para huir de tentaciones del demonio,

y hacerlo en Santander,

pues aquí y en Totana

cada uno puede enlace contraer

donde le dé la gana.

A fin de consagrar sus pensamientos

le pidieron al cura

ciertos indispensables documentos

con bastante premura,

y el cura, poco amable,

les dió los que él creyó por conveniente,

reservándose uno indispensable

muy cautelosamente.

Se llegan, pues, los novios hasta aquí

diciendo para sí: «¡La tierra es ancha!»;

van donde un cura á que los case, y…

se llevan la gran plancha,

pues no contaban, para hacer su unión,

con la autorización,

expedida en latín,

del cura parroquial de San Martín!

El padre de la joven,

á quien no abunda el loben,

se presenta angustiado al cura aquel,

pidiéndole, de hinojos, el papel,

en el que autorizara á un tonsurado

de aquesta capital santanderina

á bendecir el vínculo sagrado

como manda y prescribe la Doctrina.

Mas con rotunda frase,

contestó el cura: «¡No me da la gana;

si no los caso yo, no hay quien los case,

pues no me sale á mi de la sotana!»

Viendo el viejo su intento fracasado,

cerró entonces el pico,

y vino á Santander desesperado

en el propio caballo de San Quico,

empleando en el viaje,

probando que en andar es de los buenos

y que no necesita de garage,

¡diez horas nada menos!…

¡El que hace que un anciano, que se humilla,

haga esa horrible peregrinación,

en vez de corazón

debe tener dos reales de cordilla!

Llegado á Santander,

fué donde el provisor, le expuso el caso,

y éste, fiel cumplidor de su deber,

dispuso más que á paso

que bendijera la feliz unión,

sin más algarabía,

(vulgo la Anunciación),

sin la autorización

expedida en latín

del cura parroquial de San Martín.

Este quedó chafado,

y el feliz matrimonio enamorado,

al que el cariño arroba,

le dirá: «¡Socarrón, toma canela!

¿Usted creía que por ser de Soba,

nos iba usté á sobar, cual cosa boba?

¡Pues sobe usted á su señora abuela!…».

NEVERMORE

 

El Cantábrico. Diario de la mañana. Año XIX. Número 7213. 10 de febrero de 1913.